El PSG está en semifinales de Champions League por quinta vez en su historia. La segunda con Luis Enrique al mando, que lleva dos de dos, pero que no se conforma y quiere la corona.
Por primera vez en su historia lo hace con la etiqueta de ser favorito, no por tener una constelación de estrellas, sino por jugar de una forma determinada. Presión alta, tenencia de pelota, fútbol ofensivo, medios de calidad, laterales largos y mucho vértigo en ataque. Unas virtudes a las que en octavos y cuartos le añadieron el saber lidiar con el sufrimiento y disfrutar haciéndolo. Donnarumma sacó dos manos brutales y un pie mágico. Pacho salvó una pelota bajo palos y Marquinhos, igual que sus compañeros celebró esas acciones como goles propios. Un espíritu competitivo que recuerda al que tenía en su día Lucho como jugador.
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Además, esa capacidad de resistir le permite poder adaptarse a los contextos que demande el partido. Puede dominar y generar a través de pases por dentro o desequilibrio por fuera, pero también puede hacerlo a través de la velocidad al contragolpe con transiciones en muy pocos pases con Dembélé y compañía al espacio.
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Luis Enrique ha creado una obra futbolística que asusta a Europa porque con viento a favor brilla, pero cuando tiene que remar contracorriente también sabe hacerlo.