Pase lo que pase, la Copa ya está manchada. La ensuciaron los canales del Madrid al promocionar el inadmisible acoso al árbitro del encuentro, Ricardo de Burgos Bengoetxea, un colegiado profesional, honesto y con altas dosis de humanidad que sufrió los intolerables ataques de la televisión oficial del club blanco. El árbitro denunció el acoso que sufrió su hijo en el colegio, con lágrimas en los ojos y emoción lógica. El Madrid presionó para que se cambiara al colegiado y la Federación se mantuvo firme, con lo que realizó otro plantón (ya lo hizo en el Balón de Oro) de entrenamiento, cena y ruedas de prensa y deslizó que podía llegar a no jugar el encuentro, en lo que pareció una estrategia para desestabilizar la final. Ya tienen excusa por si la pierden.
El club blanco, con Florentino de presidente, está destruyendo los valores del fútbol con gestos más propios del forofismo, victimismo o el miedo. Fick lo dijo claramente: “Es fútbol, es un juego, lo importante es el respeto.” Eso es una final de Copa entre Barça y Madrid. Y además, debería ser una fiesta. El club blanco no ha querido frenar la lamentable campaña mediática contra los colegiados, mientras la mayoría de su afición y la de todas las aficiones asisten atónitos al acoso de un profesional que solo trata de hacer su trabajo lo mejor posible.
La gente del fútbol entiende la crítica a los árbitros, viene de fábrica, pero no las campañas orquestadas que buscan presionar sus decisiones. Un Clásico es un espectáculo, un partidazo, una fiesta. Y debería seguir siendo eso en Sevilla. Lo importante está en el campo, en los banquillos, los goles, los cambios, las tácticas, los detalles. Es un choque entre rivales que elevan el juego con su fútbol y no debe estar sujeto a afirmaciones insultantes ni burdas amenazas. La clave del Clásico estará en los detalles o en el duelo Lamine-Mbappé o Vinicius y Raphinha. Flick duda en el lateral izquierdo y Ancelotti en el esquema que enfrentar, poblando más el medio o jugando con tres puntas. El partido se juega entre los que tocan el balón. Es fútbol, es un juego y una fiesta y eso no lo van a robar por mucho que quieran influir fuera del campo y ensucien la Copa.