Le tenía ganas el Coliseum al Atlético de Madrid. Es normal porque el equipo azulón no ganaba al colchonero desde 2011, que había sido la última vez que el cuadro del sur de Madrid le había mojado la cara al Atlético.
Diego Pablo Simeone ni siquiera había hecho cargo del equipo rojiblanco aún. Desde entonces, acumulaba 27 encuentros oficiales entre Liga y Copa sin ganar al Atlético de Madrid. Su entrenador, José Bordalás, tampoco sabía lo que era ganar a su homólogo argentino. No lo había logrado ni con el Getafe, ni con el Valencia. Hasta lo de ayer, en el Coliseum, sumaba tres empates y 11 derrotas en 14 encuentros.
Por cómo se había dado el partido, con ese discutido penalti por mano, la gente de Getafe estaba que echaba humo. La acción de la pena máxima señalada por Cuadra Fernández había encendido los ánimos.
Mientras el colegiado revisaba las imágenes en el monitor, Simeone pedía calma; Bordalás metía presión y los jugadores azulones decían que no con los dedos. Una decisión controvertida que, además, provocaba varias amarillas y hasta la expulsión del segundo técnico del Geta.
En el palco, Koke Resurrección, que había acudido a ver a sus compañeros, a pesar de estar lesionado, suspiraba de alivio. Era el minuto 75’ y el Atlético tenía controlado el partido.
Pero desde ese momento, un choque que había sido plomizo como la tarde madrileña, se convirtió en pura ira de un afición local que no se creía que, una vez más, con lo poco que había mostrado el Atlético, se pudiese llevar la victoria.
Pero justo en ese momento, cambió todo. El equipo de Simeone se desconectó. Primero con la roja a Ángel Correa, que fue inmediatamente sucedida por el primer gol de Arambarri. Luego, en inferioridad, superado por la energía de su rival, para verse 2-1 en el marcador, con todo un estadio que gritaba “ole, ole, ole”, cuando sus jugadores se pasaban el balón. El partido acabó con los jugadores abrazados, bailando, delante del fondo sur del estadio, mientras la grada celebraba una fiesta que llevaban mucho tiempo anhelando.